La hebra es el detalle. La trama minuciosa del universo que es el tejido. Con toda su ritualidad, su necesidad, su utilidad. Esa maravillosa capacidad de espejear el mundo. Elogio del tejido, que abriga, que protege, que representa. Que abraza al que cubre el cuerpo desnudo. Este libro a ratos acaricia, toca con sus finos movimientos una cierta retórica de la hebra. Recuerda, sobre todo, una estética del pequeño movimiento que finalmente arma un tejido y desemboca en palabras que se entrecruzan y calzan y hacen un entramado minucioso que abraza y abriga. Mundo en el que todo calza. Donde lo animal respira hondamente. Donde lo espiritual no está disociado de la materialidad. Al contrario, porque hay una suerte de hermosa complementariedad entre uno y otro mundo. En "Cardador" las palabras forman una madeja cuya continuidad es el vacío, la luz, la ofrenda. La perplejidad ante el lenguaje. Quien escribe golpea la materialidad de la escritura. Sedimentos de una lengua que anuda en la sombra y entrega un tejido que emociona y sobrecoge.